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La mitad más uno en Internet
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Walter Samuel
Walter Samuel no tiene dudas. "Fue el gol
más importante de mi carrera". Pero no quiere que la historia termine ahí: sueña
con Boca campeón de América.
MEXICO D.F. (ENVIADOS
ESPECIALES). Queda muy poco, las Aguilas sobrevuelan lo que parece la muerte de Boca en la
Copa. El partido está 3 a 0, igualado en el tanteador global, y 110.000 mexicanos chillan
desde las tribunas. Quedan siete minutos, llovizna suavemente y hay córner desde la
derecha. Va Juan Román Riquelme, no lo dejan patear, le tiran de todo. La gente grita,
tiembla el Azteca, es increíble. Vuela y vuela la pelota, para caer allá atrás, donde
casi nadie queda en pie. Sólo él y la desesperación de Carlos Hermosillo. Ojos bien
abiertos, frente alta, para martillar el centro y cruzarlo al otro palo. Tres segundos sin
aire, silencio. La red se infla de golpe y él pega la estampida. Corre, no para, se saca
la camiseta hasta arrodillarse en el césped, para desahogarse con el grito más fuerte de
su carrera. Fue el minuto de Walter Samuel, la figura de una noche inolvidable, el
responsable de la clasificación de Boca para la final.
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Es tarde en el
Distrito Federal, llueve cada vez más fuerte y el tránsito aprieta como a media tarde.
El micro de Boca, marcado por una serenidad extraña de acuerdo con el logro reciente pero
normal en este plantel registro Bianchi, estaciona en la puerta del Marriott Hotel. Hay
felicidad interior, también un poco de ansiedad por la finalísima que se viene con el
Palmeiras. El hombre de la noche es el mismo de siempre, no tiene ganas de hablar, sólo
desea sentarse con sus compañeros y comer algo. El hall del hotel es todo de Boca,
algunos hinchas ya volvieron de la cancha y disfrutan cerca de los jugadores. Para Samuel,
todo parece ser igual. Pide el ascensor y se sube acompañado por Barijho, aunque se le
alcanza a colar un conserje que aprovecha la chapa para que los dos le autografíen una
pelota. Llegan al cuarto piso y Walter se mete en la habitación 404, que comparte con
Aníbal Matellán. Olé golpea la puerta, que está entreabierta. "¿Quién
es?", pregunta en voz baja. Está mirando la tele, pero deja el control remoto y se
asoma. "Hola...", saluda, tímido.
-Walter, ¿te podemos hacer un par de preguntas?
-No, no, ustedes ya saben que no me gusta hablar. Si tengo menos palabras...
-Pero es un minuto, nada más.
-Todo bien, pongan que estoy muy contento... Nada más.
Es la 1.30 de la mañana, pero muchos jugadores sigue paseando por el lobby. Charlan,
bromean y siguen comentando lo que acababan de vivir en el mítico Azteca. En el cuarto
piso, Samuel disfruta el momento. Está de muy buen humor, trata de evitar el mano a mano
ofreciendo disculpas, se pone colorado. "En serio, lo dejamos para otro día".
No quiere saber nada, pero el diálogo sigue hasta que afloja. "Está bien, hablamos
un ratito, pregunten", invita de repente. Y se suelta en una pequeña charla,
mientras aguanta la puerta y se pone cada vez más vergonzoso.
-¿Te tenías fe cuando fuiste al área o era que el resultado ya te había pegado mucho?
-Y... Estábamos 3 a 0 abajo y había que ir a buscar algo. Pero ya está, entró y listo.
El partido parecía definido, pero se dio así y es una alegría para todo este grupo.
Estamos muy contentos, ahora falta lo más difícil y lo más lindo a la vez.
-¿Cómo definirías el gol?
-Uhhh... No sé, fue muy especial. El más importante de mi carrera.
-Casi lo tuviste antes, cuando el arquero te lo sacó en la línea.
-Sí, es verdad. Se dio así, entró la otra y sirvió para ir a la final. Gracias a Dios
llegamos hasta esta instancia, que era lo que buscábamos desde el principio.
-¿Qué pensaste en el 3 a 0?
-Ya me veía en los penales.
-El estadio estaba lleno y parecía que se complicaba. ¿La gente presionó mucho?
-No creo, no lo sentimos así, la cancha estaba a full pero no influyó en nosotros. En
realidad, no anduvimos bien durante un largo rato del partido y, justo en nuestro mejor
momento, nos metieron el segundo gol. Fue muy complicado.
Ni la montaña más grande de billetes cambió su forma de ser. Ni la fama, ni ser figura
en Boca, nada. Las mateadas con su amigo y compañero Cristian Muñoz siguen siendo un
clásico en el departamento de Caballito, la música de la Mona Jiménez se escucha en su
contestador y donde él esté. Mucho tiempo pasó desde su llegada a Boca, cuando apenas
era un proyecto en Newells y una estrellita en las Juveniles de Pekerman. Atrás quedaron
los meses de largas esperas en el banco, en la época del Bambino Veira, cuando aún
Néstor Fabbri capitaneaba el barco.
Tanto pasó, pero a él nada lo cambia. Tampoco este gol, que fue clave pero puede ser
histórico. Boca dejaría todo por levantar esta Copa, está claro. La última respuesta
de Samuel desnuda ese sentimiento, recargado luego de una noche que ya quedó enmarcada en
su galería de recuerdos.
-¿Qué sentís al llegar a esta final de la Libertadores cuando falta tan poco para irte
a Italia?
-Es muy lindo, espectacular. Ahora sí, hay que ganar la Copa. Porque si no, todo esto no
sirve de nada.
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